Si conocemos nuestras raíces, podemos transformar la historia

Si conocemos nuestras raíces, podemos transformar la historia

Por: Bonnie Medina

Así como cada persona trae información subconsciente que proviene de su árbol
genealógico, cada país tiene una memoria histórica que lo constituye y condiciona las
características de su presente.

En el “subconsciente colombiano” existen patrones de comportamiento que no le permiten
realizarse como una Nación estable. Para poder construir un futuro viable, es necesario rastrear su origen como
pueblo; El hecho de no hacerlo, aceptar explicaciones a medias o escuchar la opinión de
quienes consideran que no es necesario saber mucho más, le lleva a la imposibilidad de
establecer un plan de acción coherente para su futuro.

Indagar de donde provienen los ancestros no debería ser un misterio, pero la historia del
país tiene vacíos y datos imprecisos …¿será que Colombia guarda secretos de familia?…
pues podemos seguir haciéndonos los de la “vista gorda” o, entendiendo que nuestro
pasado determina nuestro presente, abrirnos a la comprensión y aceptación de nuestro
linaje.

Una nación que sabe poco de si misma

Respuestas a preguntas como: ¿quiénes eran los que llegaron a habitar nuestro
territorio?, ¿que costumbres traían? ¿que sentimientos les motivaron a dejarlo todo y
embarcarse hasta aquí? y por otro lado: ¿quiénes eran las comunidades que ya estaban?
¿cómo era su vida? o si ¿realmente fueron exterminados?, corresponde darlas tanto a
historiadores como a intelectuales que llevan décadas de investigación. Pero el tema nos
interesa particularmente cuando sus investigaciones nos cuentan una historia un poco
distinta de la que aprendimos en el colegio.

Según Enrique Serrano López, catedrático, investigador, filósofo, escritor y autor de
libros como “Colombia: Historia de un olvido” o “Por qué fracasa Colombia” y muchos
otros, la idiosincrasia colombiana está marcada por un “no querer saber” o, lo que es
peor, por aceptar una historia tergiversada de “explicaciones insulsas y poco
convincentes”. Para el autor: “Entre el descubrimiento de tierra firme por Juan de la Cosa
en 1501 y la insurrección comunera de 1781, transcurrieron casi tres siglos poco
conocidos, y sobre los cuales abundan los mitos y leyendas. A pesar de su apariencia de aburrida normalidad, fueron un silencioso crisol sin el cual nos seria imposible ser quienes hoy somos”.

Los pobladores que habitaban el territorio colombiano fueron perseguidos y
obligados a convertirse al cristianismo pero desconocemos que en realidad provenían de otras costumbres y religiones.
Por eso, al verse desposeídos de su identidad y todo cuanto habían sido hasta ese momento, optaron por “acomodarse” sin
renegar. Heredamos pues, el desarraigo y la tendencia a callar y a pasar desapercibidos
para no ser reconocidos.

Un aspecto evidente es que la mayoría de quienes llegaron eran descendientes de la migración árabe que había llegado
a la zona de Andalucía en tierras españolas y por eso, características como la
arquitectura “colonial” o la familia “matriarcal”, son condiciones que traemos de esa
cultura. Adicionalmente cabe anotar que nuestra apariencia física es más parecida a la
fisonomía que predomina en el norte de África que a la del resto de pobladores de
Latinoamérica.

Al preguntarnos por nuestra vena aborigen llegamos a una explicación que hoy día es
avalada por la genética, porque los indígenas no tuvieron suficientes defensas para
afrontar los efectos de las bacterias y enfermedades que trajeron los pobladores del viejo
mundo y fueron auto-exterminándose poco a poco. Con esto se cae la teoría de que
fueron ultimados de forma sangrienta, y se concluye que lo que hubo fue un gran proceso
de mestizaje y colonización, pero no una conquista violenta.

La población indígena que si estaba organizada, y que se negó a ceder, optó por irse
hacia las montañas y otros territorios inhóspitos donde aún residen sus descendientes
actualmente. Entonces el gen de “violencia” que algunos sospechan que traemos en el
ADN, no existió, ni tenemos de donde heredarlo y, aunque claramente si hubo
enfrentamientos graves, eso no nos define.

Entonces ¿Quiénes somos?

El colombiano derrocha sus fuerzas en devaneos inútiles, no tiene un proyecto claro de
nación, actúa con poca provisionalidad y no piensa a largo plazo. No sabe aprovechar las
oportunidades porque desconoce su potencial y al tomar decisiones elige al azar.

Tiene entonces un comportamiento similar al de un adolescente que no sabe para que
sirve y, al no saberlo, se cree más o menos de lo que realmente es. Tiene gran necesidad
de reconocimiento y aprobación y no reconoce los logros de los demás, espera a que le
digan lo que tiene que hacer y carece de la serenidad que se necesita para hacer lo que
tiene que hacer y decir lo que tiene que decir.

Al parecer tiende a compararse con los demás, a aislarse, a criticar de una manera torpe
que no conduce a edificar. Posee gran sensibilidad a la critica y resiente de manera
profunda los agravios. Hay envidia, individualismo, desconfianza, pereza, lentitud y muy
poca tendencia al esfuerzo colectivo.

Se identifica por su vocación de huir hacia otros horizontes, pero resulta que aprende a
“ser colombiano” en el exilio y termina valorando el hecho de que aquí hay más libertad
que en otros lugares, y aún existe la posibilidad de ser quien se quiera ser, aun con
recursos moderados.

Somos un país que se mantiene en un círculo vicioso entre el triunfo y el fracaso y aunque
tenemos muchas o más bien “muchísimas” cosas buenas, optamos por no verlas y nos
enfocamos siempre en lo malo que sucede. Actualmente, que estamos tan polarizados y
divididos por la política, no podemos negar que hay algo en nuestra idiosincrasia que nos
une y que se exacerba con eventos como el triunfo internacional de un compatriota,
alguna tragedia o un partido de futbol de la Selección Colombia… es ahí cuando podemos
sentir que realmente actuamos como si fuéramos una familia gigante que pelea… pero en
el fondo se quiere.

¿Y sabiendo esto que podemos hacer?

Aunque el análisis siempre es un poco doloroso, podemos sacar lo positivo, entender que
son muchas las herramientas y recursos que tenemos como nación y que, con miras a la
construcción de un futuro viable, podemos actuar y corregir los parámetros de
comportamiento que traemos de forma inconsciente.

Somos uno de los países más ricos en recursos naturales, tenemos infinidad de talentos
demostrados a nivel internacional con innumerables compatriotas que se destacan en
campos como la ciencia, la literatura, el arte, la música, el deporte, etc. Pero no basta que
haya solo un “puñado” de gente brillante, es necesario que activemos la conciencia del
trabajo en equipo para que potencialicemos nuestro talento.

Aprendamos a exigir, seamos menos conformistas, fomentemos una sana autoestima
para que logremos el auto reconocimiento así como también la capacidad de reconocer lo
bueno en los otros y, cuando logremos un buen nivel de calidad en algo, no lo dejemos
caer.

En cuanto al ánimo colectivo, es necesario encontrar referentes sanos de comparación
para que en los medios de comunicación se hable mas de nuestras capacidades y menos
de nuestras faltas. Existen casos exitosos de países que viniendo de condiciones mucho
mas complejas que la nuestra han logrado salir adelante y ser un referente de desarrollo.

La cura

Freud desde el psicoanálisis se refirió al concepto de “cura” planteando que cuando
enfrentamos aquello que nos ha dolido, podemos sanarlo. Si bien es cierto que nuestro
origen es traumático al provenir de ancestros renegados de dudosa identidad, también es
cierto que reconocerlo nos permite dejar atrás y trascender.

Sanar nuestro “árbol genealógico país” requiere superar los condicionamientos históricos
inconscientes. Necesitamos establecer un norte y políticas claras de desarrollo. Solo así, podremos avanzar en la construcción de la felicidad colectiva y lograr que sea sostenible en el tiempo para convertirnos en un país donde exista la Plenitud y Armonía.

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